PONTE FLAMINIO DEL RÍO TEVERE: UN PASEO ENTRE DOS POTENTES ÉPOCAS DE ROMA

 

Postal fotográfica del Puente Flaminio, c. 1950. Al fondo se ve la cúpula de la Basílica de San Pedro. Fuente imagen: Italyrome.info.

Coordenadas: 41°56'10.90"N 12°28'17.93"E

Hace pocos días, el periódico español "Diario de León" (17 de abril de 2017) publicó una entrevista al prestigioso arqueólogo, historiador y escritor italiano Valerio Massimo Manfredi, cuyo solo título ya me suena al sensacionalismo que se ha ido apoderando de medios originalmente dedicados a la divulgación popular de historia y ciencia: "La romanización de Germania habría evitado a Hitler y Napoleón". Su sentencia -que no era lo más importante de la entrevista, por cierto- señalaba que, de haberse consumado la romanización de Germania "tal vez habría evitado las invasiones bárbaras, las guerras de religión por siglos y siglos", e incluso sospecha que, con ella, no habría existido "necesidad de un Felipe II, de un Napoleón, tampoco de Hitler, ni las dos guerras mundiales del siglo XX".

Si entiendo bien el argumento, entonces, la uniformidad cultural de Europa por el elemento latino, habría evitado los brotes de etnocentrismo y los conflictos de bloques étnicos, culturales y políticos. Y así, lo primero que se me viene a la sesera son esas sarcásticas palabras de Voltaire, criticando a políticos que aseguraban que Carlos I de Inglaterra se habría salvado de morir ejecutado en 1649, si líderes militares de los parlamentarios como Cromwell, Ludlow, Ireton y otros hubiesen sido asesinados sólo sólo unos días antes: "Tienen razón los que eso dicen, y aun podrían añadir que si el mar se hubiera tragado a toda Inglaterra, ese monarca no hubiera muerto en el cadalso".

Lo segundo en que no puedo evitar pensar, es en la imagen imponente y monumental del hermoso Puente Flaminio, de Roma, que con sólo mirarlo y comprender el contexto en que fue gestado, parece confirmar por sí mismo el error de toda  idea que parta de la premisa de que el horizonte fundacional y civilizador romano no sería capaz de crear un referente de conflicto étnico y cultural para Europa. En efecto, este puente parece un verdadero elogio al hilo identitario que condujo desde la Roma Imperial hasta la Italia Fascista de Benito Mussolini, el responsable de su existencia.

Postal fotográfica romana del puente, hacia 1955.

Vista actual, desde el puente Milvio, sobre las calmas aguas del río.

Mirado desde su extremo Norte. Se observa la cornisa y los rayados vandálicos.

Algunos de los tambores con distancias a otras localidades.

Este extraordinario puente sobre el río Tevere (Tíber), me parece que debe estar entre los referentes más rotundos del espíritu fascista expresado en la arquitectura italiana de los años 30, incluso mucho más monumental que el Puente Duca d'Aosta que ostenta el privilegio de estar alineado con el complejo olímpico del Foro Itálico y el Obelisco de Mussolini, cerca de un kilómetro más al Suroeste del Flaminio.

El puente conecta por sobre el río la línea de la autopista del Corso di Francia, ex Vía Flaminia (así llamada en recuerdo del Cónsul Cayo Flaminio), abarcando unos 255 metros de punta a punta, con espaciosos 27 metros de ancho. Se eleva sobre cinco arcos y une los barrios de Parioli y Tor di Quinto, en el sector ribereño de Vigna Clara. Curiosamente, su desembocadura Sur está entre dos calles llamadas vía Perú y vía Chile.

El Flaminio se sitúa poco más de 400 metros al Oriente del famoso e histórico Puente Milvio (el verdadero "Puente de los Candados", iniciador de esta tradición), y nace como proyecto urbanístico precisamente cuando este último paso se vio superado por la circulación de personas y vehículos, no dando ya abasto para las necesidades de desplazamiento dentro de la ciudad por las vías consulares Cassia y Flaminia, además de adjuntarse a un plan para establecer uniones entre ambas arterias y otras modificaciones viales que se venían trazando desde 1932, aproximadamente.

Esta magnífica y artística obra fue diseñada por el arquitecto romano Armando Brasini (1879-1965), conocido por sus trabajos realizados precisamente en este controvertido período italiano y otros relacionados con importantes edificios religiosos. De hecho, el arquitecto se encontraba ya a cargo de la creación de la Iglesia de Santa Euclidia y la Villa Manzoni, cuando tomó este nuevo proyecto, que a la larga sería uno de los mejores de su carrera.

Brasini lo proyectó con rasgos eclécticos, de base románico-neoclásica y algo de academicismo racionalista aunque sin simplezas. Incluso semeja deliberadamente a las elegantes y suntuosas ruinas de algún edificio imperial romano, desde ciertos ángulos. El fuerte énfasis monumentalista del puente se relaciona con la intención de dar a la ciudad, a través de él, un acceso urbano principal y con alto nivel estético, para los viajeros que llegaban a Roma desde el Norte. Sería la mayor puerta a la ciudad en esos años. Su fabricación, por lo tanto, debía ser sólida y perdurable, y se la dispuso en hormigón armado sobre armazón, con revestimiento de piedra travertino, material que le da su notoria pulcritud y uniformidad.

Originalmente, el puente iba a ser bautizado XXVIII Octubre (Ponte XXVIII Ottobre), en conmemoración de la fecha de la histórica Marcha Sobre Roma de 1922, cuando miles de integrantes del movimiento fascista dirigidos por el propio Mussolini, exigieron con éxito al Rey Vittorio Emanuele III la elección de Il Duce como jefe de Gobierno, para poner fin de la crisis institucional y política de Italia. También se consideraba incluirle un arco triunfal romano como parte del diseño de Brasini, pero cuando éste se lo presentó a Mussolini, por alguna razón el mandatario no quedó satisfecho con tal elemento y pidió omitirlo del proyecto, además de introducir otras simplificaciones al diseño que fueron del agrado y aprobación del mismo arquitecto.

Las obras de construcción del puente se iniciaron en 1938, a cargo de la sociedad Tecnobeton. El área de materiales y de estructuras había quedado en manos del ingeniero Aristide Giannelli. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, retrasó mucho algunas etapas de la obras gruesa, debiendo ser suspendidas hasta nueva orden en 1943, cuando el puente ya mostraba gran parte de su soberbio y artístico aspecto. La caída del régimen fascista y la derrota de los países del Eje, dejaron en suspenso la conclusión de la obra.

La violencia de la guerra causó grandes daños en ciertas partes del puente, mientras se lo hallaba inconcluso y esperando que se reiniciaran las faenas. Sólo después de la conflagración, a partir de 1947, pudieron ser retomadas las obras de construcción del mismo, siendo terminado en 1951.

Considerando inapropiado mantener los elementos evocadores del fascismo en el puente, sin embargo, se propuso rebautizarlo con el soso nombre de Puente de la Libertad, y luego el más apropiado de la vía en que se encontraba: Puente Flaminio. La Vía Flaminia, sin embargo, fue rebautizada Corso di Francia en 1959, pero el nombre del puente se ha conservado.

El resultado, fue la misma obra extraordinaria que vemos hoy: un equilibrio perfecto entre los símbolos culturales de la Roma mítica y los emblemas de un orden político que, enraizado profundamente con los estratos culturales del pasado, concibió esta y muchas otras obras públicas de envergadura en el país. Hay una connotación iconográfica clásica en cada elemento del puente, entonces, como en las estatuas de águilas y la representación de los hermanos Rómulo y Remo bebiendo leche de la Lupa. Tambores de roca semejantes a basas y trozos de fustes de columnas, llevan inscritas las distancias desde este punto de la ciudad hacia otras localidades, en números romanos. También hay tazas y tinas que parecen corresponder a algunas fuentes de aguas en el trayecto, a las que -puedo suponer- alimentaba, antaño los ductos, pero hoy están totalmente secas. Los arcos de los extremos pasan sobre las vías costaneras, y hay escaleras laterales en las entradas del puente, además, que permiten descender al nivel de las calles en el borde del río.

Columnas románicas de diseño imperial sostienen los faros de iluminación, a cuya cima se accede por puertas bajas que conectan a escaleras interiores en las principales. Los pretiles son sólidos muros del color del travertino, alternadas con enrejados y con los bloques de los plintos de las estatuas de águilas. Las cornisas de los contornos se advierten de buenas dimensiones, e incluso veo en mi primera visita a él, cómo un par de muchachas muy jóvenes saltaron el pretil para ir a sentarse en las que bordean los pedestales de las águilas, por el lado Poniente, desafiando muy seguras de sí la altura y el vértigo.

Éste es, pues, el primer puente de características monumentales que tuvo el área Norte de Roma, aunque lamentablemente se encuentra bastante vandalizado en nuestros días, por la plaga internacional de sicópatas de la pintura aerosol. También se observan algunos hundimientos en la línea de las cornisas.

Cabe comentar que, poco después de concluido, un problema estructural descubierto en el quinto pilar y que produjo daños en la superficie del puente, obligó a cerrar temporalmente el paso hasta el 1964, período en el que fue reparado y corregido el problema por los ingenieros Arrigo Care y Giorgio Giannelli. Todo el tráfico debió ser confiado, por cerca de dos años, hacia un puente metálico modelo Bailey, que se instaló provisoriamente encima del anterior.

Empero, coincidió que, hacia los días en que fuera reabierto y devuelto al uso, el Puente Flaminio ya no tenía la vital importancia urbanística y vial que se le había asignado desde que era aún un proyecto: la construcción de la gran circunvalación del Raccordo Anulare y la autopista hacia el Aeropuerto Fiumicino, le habían ido quitado el cetro de entrada principal de la urbe.

No obstante, la magnitud y la majestuosidad del Puente Flaminio se conservan perfectas, como símbolo de una época romana muy específica pero evocando a otra muy anterior y, en su inspiración más profunda, a todas las edades de la cautivante ciudad de Roma.

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